martes, 25 de noviembre de 2014

III.- FIN SANTISIMO A QUE SE ORDENA ESTE SAGRADO CULTO


El segundo respecto, por cuya excelencia se debe medir la de este culto, es el fin 81altísimo a que se ordena. Declaróle Jesús a la V. Margarita en las palabras de la revelación82 ya referida; y es, corresponder al infinito amor de su amantísimo Corazón y compensar las injurias que recibe de nuestra ingratitud, especialmente en el Sacramento del altar. Para penetrar mejor la excelencia de fin tan soberano, pongamos delante, por una parte el amor infinito del Corazón deífico de Jesús para con los hombres; y por otra la ingratitud de los hombres para con Jesús, especialmente en el augustísimo Sacramento de la Eucaristía; pues comparando extremos tan contrarios, se dejará ver mejor cuán justa sea la queja del Señor, y cuán debido y digno de un corazón cristiano el desagravio de sus injurias.
 El amor de Jesús para con los hombres se expresa bien apropiándole aquellas palabras, en que cifró él mismo el de su Eterno Padre a los mismos hombres; pudiéndose decir con toda propiedad:Sic Iesus dilexit mundum,83 ut se ipsum daret: de tal suerte amó Jesús al mundo; esto es, con tan excesivo amor, que se dio a sí mismo para salvarle. ¿Puede decirse más?.
 Jesús, aquel Señor infinito, Hijo del Eterno Padre, Creador de todas las cosas, suficientísimo por sí,84 que de nadie necesita, amó a los hombres, por su naturaleza vilísimos , indignísimos de ser amados: a los hombres, cuando ya la divina Justicia los había arrojado y estaban sepultados en el asqueroso cieno del pecado: a estos hombres tan viles, tan feos y tan dignos del odio de Dios, amó Jesús. Pero ¿con qué amor? Con un amor tan encendido y vehemente que no puede explicarse con palabras, ni concebirse con el pensamiento. Nos amó Jesús con tal exceso, que parece estaba abrasado con un amor divinamente ciego, si es lícito hablar así. Nos amó de suerte, que se entregó a una muerte afrentosa y a ser crucificado por nuestra salvación, después de haber padecido innumerables deshonras, dolores y penas. Se anonadó en la Encarnación, tomando forma de siervo en fuerza de este amor; nació en una extrema pobreza; pasó toda su vida en trabajos, peligros, persecuciones, incomodidades, y en todas las miserias, a que está expuesta la naturaleza humana; teniendo su amor por fin, en todos estos trabajos, la salvación de los hombres: Ut omnes habeant vitam aeternam.85 Padeció Jesús por nuestro amor la muerte. Pero ¿qué muerte? Acuérdate, oh alma cristiana, de las cadenas con que fue aprisionado, de las bofetadas, salivas, azotes, espinas, clavos y, finalmente, de la Cruz, en que fue clavado: acuérdate y pásmate,86 de que el Señor de la Majestad llegase a tal extremo por amor de los hombres. ¡Oh amor inmenso! ¡Oh violencia increíble del amor! ¡Oh caridad digna solamente de un Hombre-Dios!.
¿Qué no debiera hacer un corazón cristiano, si le fuera lícito volver a gozar de la regaladísima presencia de este Señor? ¿Qué no hiciera con él, si a tanto exceso de finezas se dignase su divina Bondad de añadir la singularísima de volver a conversar y habitar entre nosotros? ¿Quién no desearía este favor tan grande y excesivo para mostrarle su amoroso agradecimiento y fiel correspondencia a este amor, que nos mostró al ausentarse de nosotros en su muerte? Estas amantes ansias y deseos las previno el amantísimo Jesús, añadiendo a tantas muestras de amor ésta, que bastara a suspendernos de admiración; quedándose con nosotros en el divinísimo Sacramento87 del altar. Ahora pregunto: ¿qué debiera esperar Jesús de nosotros a vista de tal fineza? Si posible fuera, debiéramos hacer lo que los serafines: esto es, abrasarnos incesantemente en las ardientes llamas de su amor, o morirnos de agradecidos.88
Pero ¿cuál es nuestra correspondencia al amor ardiente de Jesús en este tiernísimo misterio? Si empezamos por los herejes, ¿qué lágrimas serán bastantes para llorar las injurias y desacatos que han hecho a este Sacramento? Los más niegan este inestimable beneficio y afirman, sacrílegos, que Jesús no reside en nuestros templos y altares. ¡Ay del mundo! Si no estuviera este amorosísimo Señor entre nosotros como Dios amante y víctima que aplaca las justas iras del Eterno Padre! A esta herética ceguedad e increíble injuria, con que no sólo no agradecen, antes niegan haber recibido tan imponderable beneficio, siguen los sacrilegios, que son inexplicables. Roban, encienden y arruinan los templos, en que habita Jesús Sacramentado; profanan de mil modos los vasos sagrados; rompen las aras; echan por tierra los tabernáculos del Altísimo, y dan cruel muerte a sus sacerdotes: se atreven, sacrílegos, a arrebatar con sus manos profanas el sacrosanto copón, que sirve de cielo al mismo Dios sacramentado; y lo que no puede escribirse sin doloroso asombro, arrojan en tierra el sacratísimo Cuerpo del Señor, le pisan y acocean; y por vilipendio el más infernal que ni imaginarse puede sin un sagrado horror, dan el pan de los ángeles a sus perros y caballos. ¡Oh abismo profundísimo de maldad! ¡Oh amabilísimo Jesús! ¡Hasta dónde os ha llevado el amor de los hombres! ¡Oh Rey de la Gloria! ¡A qué estado os ha traído el deseo89 de quedaros con nosotros en el santísimo Sacramento de la Eucaristía!
Esto y mucho más hacen, ciegos y sacrílegos, los herejes. Pero los católicos, que creen y adoran a Jesús en el santísimo Sacramento, ¿qué indicios de amor, reverencia y culto rinden a este Señor amorosísimo? Si gastasen todas sus riquezas en sagrados cultos a Jesús; si nunca se apartasen de la presencia de Jesús; si estuviesen siempre postrados con suma reverencia delante de Jesús Sacramentado; si pensasen continuamente en Jesús; si hiciesen cuanto puede alcanzar el entendimiento humano por amor de Jesús; si hiciesen, en fin, todo lo que el mismo Jesús pide a los hombres en correspondencia de su amor; aun con todo esto nada harían digno de tan gran Huésped, de tan benévolo Amigo, y de Bienhechor tan insigne. Mas ¡ay dolor! Tan lejos están los católicos de hacer lo que hemos insinuado, que ni aun los debe Jesús en su Sacramento de Amor las señales más comunes de benevolencia y obsequio90 que se observan entre los hombres mismos. Jesús Sacramentado habita en innumerables lugares de la cristiandad más pobre y miserablemente91 que los hombres de mediana y aun de ínfima esfera en sus casas. De los palacios de poderosos, ¿qué puede decirse ni compararse con los templos sagrados de nuestro Dios Sacramentado? ¡Cuántos de aquellos exceden incomparablemente a éstos en la magnificencia, riqueza y adornos! ¡Así se corresponde entre los católicos al amor y finezas de Jesús en este Sacramento!.
Muchos cristianos viven en tan profundo olvido de que Jesús reside en los altares y templos sólo por nuestro amor, que no les debe ni aun siquiera una memoria estéril de este infinito beneficio. ¡Cuántos se hallan que en muchos días no hacen una visita al Santísimo Sacramento¡92 ¡Cuántos que en muchas semanas no entran en el templo¡ ¡Cuántos que en todo el año no reciben la Sagrada Eucaristía¡ Son innumerables. ¿Qué diré de las irreverencias? ¿Qué de los sacrilegios? ¿Qué de otros pecados, que se cometen manifiestamente en los templos contra Jesús Rey de la gloria? Basta decir que no hay príncipe, por pequeño que sea, en cuya presencia no estén los hombres con más respeto que en la casa de Dios y a vista suya. No hay cosa más frecuente, ni más lastimosa que ver a muchos católicos, aun en el tiempo mismo del santo Sacrificio de la Misa estar, ya en pie, ya con sola una rodilla en tierra, ya sentados inmodestamente, ya hablando libremente, ya mirando curiosamente a todas partes, ya saludándose unos a otros, ya conversando sin reverencia ni atención al Dios de la majestad, en cuya presencia están, ya, en fin, portándose en todo con la misma libertad que si estuvieran en las plazas o en las calles. ¡Así reverencian los católicos a Jesús Sacramentado en sus templos!.
Mas, ¿qué diré de los que se llegan a la Sagrada Eucaristía, en la cual se nos da Jesús abrasado en nuestro amor? Unos llegan con suma frialdad; otros ni aun llegar quieren a esta sagrada mesa, sino compelidos de las censuras de la Santa Iglesia;93 otros reciben al Señor en pecado mortal con horrendo sacrilegio. Muchos se alimentan de este Pan de ángeles sin devoción, sin preparación, como si fuera un manjar puramente para saciar el apetito. ¿Qué diré del sacrosanto y tremendo Sacrificio de la Misa? Muchos sacerdotes le consideran sólo como un oficio útil94 para enriquecerse a poca costa; llegan al santo altar sin preparación alguna; dicen la Misa atropelladamente sin observar muchas de las rúbricas de la Santa Iglesia; manejan, tocan y mueven el sacrosanto Cuerpo de Jesús como si fuera un vil pedazo de pan; con tanta irreverencia que llena de pasmo, asombro y horror a los mismos ángeles. Muchos de los demás fieles asisten a este tremendo Sacrificio con negligencia, distracción de espíritu y tibieza digna de llorarse con lágrimas de sangre.95 ¡Esta es la correspondencia de los católicos a la fineza del amor, con que les ama Jesús!.
¡Oh!, qué sentirá su Corazón amantísimo, al verse tan ingratamente correspondido! Si supiesen esto los infieles, y aun las gentes mas bárbaras, exclamarían sin duda horrorizadas de tanta ingratitud: ¡Oh pueblo cristiano, ingrato, rebelde y desconocido a tanto amor! ¿Tienes corazón de carne, como los demás hombres, o antes bien de hierro y de diamante, pues no te ablandan ni el fuego de tanto amor, ni el golpe de tantos beneficios? 96 Semejante insensibilidad ¿es de hombres, o de fieras? ¡Oh Corazón amabilísimo de Jesús! El más noble, el más generoso, el más tierno de todos los corazones! ¿Cuáles, pues, serán tus sentimientos? ¿Cuán acerbo tu dolor al ver tan despreciado97 tu amor y, para decirlo así, burladas en cierto modo tus finezas? ¿Esto han logrado, Jesús mío, tus deseos? ¿En esto han parado tus trabajos, tus penas, tus sudores, tus vigilias, tus tormentos y aun la muerte de cruz?.
Con justísimo sentimiento se quejaba Jesús a su querida esposa Margarita, mostrándola su Corazón y diciéndola: “Ves aquí mi Corazón; aquel Corazón tan abrasado en amor de los hombres que no omitió cosa alguna para declararlos su infinito amor”.97 No sólo no omitió el Corazón de Jesús cosa alguna para mostrarnos su amor, sino que ejecutó excesos y finezas indecibles. Pudo Jesús salvarnos con sola una de sus lágrimas o una gota de su preciosa Sangre, y nos redimió a costa de tan inmensos trabajos, como hemos insinuado, y aun halló su amor otro modo más excelente de manifestarse, quedándose con nosotros en el Santísimo Sacramento para alimento de nuestras almas y consuelo de nuestros corazones. ¿Qué correspondencia no pudo esperar Jesús de los hombres? Pero la mayor parte (añadió en su amorosa queja) no sólo no se muestran agradecidos, sino que me desprecian y me hieren en este misterio de amor con injurias y afrentas. Y el mayor dolor es, que padezco estas injurias y ultrajes aun de las personas que me están especialmente consagradas.98
Herido vivamente el amantísimo Corazón de Jesús de las ingratitudes de los hombres, pide a la piedad de los fieles suavicen su dolor, recompensen sus injurias y resarzan su honra vulnerada con tan sensibles ofensas. Si hay quien desee saber la recompensa que desea Jesús por lenitivo de su afligidísimo Corazón, ya la señaló él mismo en la petición que en la Venerable Margarita hizo a toda la Iglesia, pidiéndola99especial oficio y culto para desagraviar su Corazón ofendido, con estas palabras: “Te pido 100 que el viernes inmediato a la Octava de la festividad del Corpus se dedique particularmente al culto de mi Corazón: en el cual día, comulgando, se compensen de alguna manera las injurias cometidas contra mi Corazón amante en el Sacramento del Altar, especialmente en los días que estoy expuesto a la veneración de los fieles”.
¿Qué cosa más justa que esta queja amorosa del amantísimo Jesús? ¿Qué expresiones más vivas y poderosas para mover nuestros corazones? Si tenemos algún sentimiento de fe, si tenemos algún sentimiento de piedad para con nuestro Salvador ¿podrán dejar de conmoverse nuestros corazones con las tiernas quejas y amantes expresiones de Jesús? ¿Podrán dejar de hacer todos los esfuerzos posibles para satisfacer sus amorosas ansias y deseos? A todos y a cada uno de nosotros en particular, nos dice como a su Esposa Margarita: “Te pido101 que el viernes inmediato a la Octava de la festividad del Corpus se dedique particularmente al culto de mi Corazón”. ¿Habrá quien niegue a Jesús tan amorosa y justa petición? ¡Oh dulcísimo Jesús! Yo consagraré todos los días de mi vida al culto de vuestro santísimo Corazón el viernes inmediato a la Octava del Corpus para reparar vuestras injurias; yo procuraré con mis débiles fuerzas que ejecuten lo mismo todas las almas, con quienes vuestra Majestad se dignare darme algún crédito.
De la comparación hecha en este capítulo (para venir finalmente a su conclusión) entre el amor del Corazón de Jesús y las ingratitudes de los hombres, consta cuán justa sea su amorosa queja y cuán grande nuestra obligación de resarcir sus ofensas. De donde se infiere consiguientemente, cuán propio sea de un ánimo cristiano corresponder a las finezas de aquel amante Corazón y desagraviar con todo género de obsequios sus injurias; en lo cual, como al principio se dijo, consiste el fin soberano de este culto. Pondérese con atenta reflexión la grandeza y santidad de fin tan alto, y por ella se podrá formar algún concepto de la excelencia y dignidad del culto102 que a él se dirige. ¡Oh corazones¡, cuantos os preciáis de generosos, en el culto de este Rey de los corazones tiene digno empleo vuestra generosidad. ¡Oh Corazón divinísimo! ¡Si moviéseis a algunos de aquellos vuestros siervos que buscan en todo la mayor gloria de su Dios, para que volviesen por la vuestra, tan indignamente ofendida! ¡Oh Jesús dulcísimo! Si inspiráseis a vuestra amada Esposa la Iglesia Santa, que ella misma se emplease en los desagravios 103 de vuestro sacrosanto Corazón, ingratamente injuriado, y empeñase a todos sus fieles y verdaderos hijos en su sagrado culto, para reparar de algún modo las malas correspondencias que sufre vuestro amor injustamente ultrajado y desatendido de los hombres, especialmente en el adorable Sacramento del Altar, misterio (verdaderamente del amor)104 de vuestro amantísimo Corazón!

80 Este Párrafo tercero es precisamente el que se leyó durante la Novena que organizó el P. Hoyos en el mes de junio de 1735. Fue en la capilla de las Congregaciones marianas, adjunta al actual Santuario de la Gran Promesa, donde por vez primera se hizo la Novena pública al Sagrado Corazón. Esa novena fue redactada fundamentalmente por el P. Loyola, aunque pusieron algunas enmiendas al texto los Padres Calatayud y Cardaveraz y aun el mismo Bernardo de Hoyos. Como dice el P. Máximo Pérez en su libro El poder de los débiles: “la primera edición (de la novena), de 34 páginas, salió de los talleres salmantinos de Antonio de Villagordo en 1735, con antelación suficiente para que aquel mismo año se pudiera rezar la novena ya en muchos sitios”. El P. Guillermo Ubillos, citando a Uriarte, dice que “pasan de varios centenares las ediciones repetidas de la novena”, y “después de dos siglos, la novena del P. Hoyos sigue en el mismo aprecio y popularidad que el primer año; y esto con razón, porque rebosa tal piedad y tal perfume de unción celestial que le han merecido la preferencia, por no decir la exclusiva entre todas las novenas del Sagrado Corazón” (Vida del P. Bernardo de Hoyos, P. Guillermo Ubillos, Apostolado de la Prensa, 1935- Madrid; pgs 156-157). Sabemos que el Obispo de Valladolid, Dn. Julián Domínguez, concedió 40 días de indulgencia a todos los que asistiesen a ella por cada uno de los días y lo mismo concedió a quienes rezasen un credo delante de la imagen del Sagrado Corazón. Esta imagen, mandada pintar por Hoyos, se colocó en la capilla de las congregaciones. Terminada la novena, se pondría esta imagen en la capilla del Salvador, una de las varias que había en la iglesia del colegio de San Ambrosio.
  Vale la pena relatar aquí la manera como el P. Bernardo describe este acontecimiento: “El primer día hubo un concurso mayor del que se esperaba; se dio noticia de la devoción del Corazón sagrado, la cual se fue extendiendo en las pláticas de los días siguientes, en los cuales fueron mayores los concursos... El último día el Santísimo estuvo patente por la mañana y por la tarde. Las misas fueron más que otros días. Vinieron a cantar la misa, que fue del Sacramento, el Sr. Chantre con otros dos canónigos, con las insignias del cabildo...Los músicos, en quienes ha prendido la devoción, mostraron su afecto en la pompa y majestad con que entonaron la música y, sobre todo, el villancico al sagrado Corazón... El sermón fue espiritual y gustoso...Por la tarde dieron siesta de instrumentos. Leyóse el párrafo 3 del Tesoro escondido y, hecha la novena, y advirtiendo al auditorio que se les pondría la imagen del Corazón en la iglesia, y lo de las comuniones los primeros viernes del mes, como también el convite de la novena para otro año, se reservó al Señor con la asistencia del Sr. Chantre y con toda solemnidad de la música...La idea de la imagen, como también de la novena, fue obra del mismo Corazón...; salió tan a gloria del mismo Corazón que el P. Rector, que tácitamente lo notaba todo, me dijo que había sido un milagro manifiesto en comprobación de los deseos que el Señor tiene de que su adorable Corazón sea conocido”  (Libro de la Vida del P. Hoyos, por el P. Juan de Loyola, III, cap 11, pár 85)                                                                                                                                         
81 La síntesis de este Párrafo tercero, párrafo especialmente importante por cuanto fue el elegido por Bernardo de Hoyos para que se leyera durante los días de la Novena, se puede concretar así: El fin del culto al Corazón de Jesús es doble: corresponder a su amor infinito y reparar las injurias que recibe. Son como los dos platillos de una balanza: en uno se pone el amor de Jesucristo, en el otro nuestra ingratitud. Lo mucho que nos ha amado Jesucristo queda patente en su encarnación, nacimiento, pasión, eucaristía...Ante un amor tan grande ¿cuál es nuestra correspondencia?  Los herejes le injurian y profanan la sagrada eucaristía; los católicos no le visitan ni hacen caso, cometen irreverencias contra él... ¿Qué correspondencia recibe, pues, por tanto amor suyo? Jesucristo nos dijo lo que El deseaba de nosotros como correspondencia a su amor: honrar su Corazón y comulgar el día de la fiesta del Corazón de Jesús. Si comparamos lo que es su amor y lo que son nuestras ofensas, vemos cuán justa es su queja y cuánta obligación tenemos de reparar. Por tanto, es propio de un corazón cristiano corresponder a su amor y desagraviar sus injurias. Este es, justamente, la finalidad de este culto al Corazón de Jesús.
82 La revelación hecha a Santa Margarita el 16 de junio de 1675: “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres, que...etc”
83 Jn 3, 16 La frase completa es: Sic Deus dilexit mundum ut Filium suum Unigenitum daret. El P. Loyola la aplica no ya al Padre Eterno, sino al mismo Jesucristo, que se da a sí mismo para salvación del mundo.
84 Acentúa aquí Loyola el amor totalmente gratuito y desinteresado de Jesucristo.
85 Frase que recuerda la del evangelio de Juan: Ego veni ut vitam habeant et abundantius habeant (Jn 10,10) Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.
86 La contemplación atónita y como embelesada del amor de Dios es un elemento clave para que la devoción al Corazón de Cristo prenda con fuerza en el alma. Es un poco aquel grito de San Pablo, asombrado ante el inmenso amor de Jesucristo: ¡me amó y se entregó a la muerte...por mí¡¡¡ (Gal 2, 20) o la famosa frase de San Francisco de Asís, gritando por los caminos: El Amor no es amado, el Amor no es amado....¡
87 Las almas santas han vivido siempre  el amor ardiente por la Eucaristía, las de antes y las de ahora. En nuestro siglo XX hemos tenido entre nosotros a una mujer excepcional, una auténtica mística de la Eucaristía: la Madre Teresa Mª de Jesús Ortega, dominica del monasterio Madre de Dios, de Olmedo (Valladolid). Escribe así en sus Apuntes espirituales: “Dame unos ojos nuevos..., los tuyos, mi Dios...,para profundizar en Belén, en Nazaret, en el Gólgota, en el pan.”  (nº 177)  “Soñar con el sagrario..., soñar con la comunión de cada mañana..., soñar con el trigo limpio de mi Dios hecho pan. Ir como loco en busca de mi tesoro. Buscarle como le buscaba María en la mañana de la resurrección. Comerle con hambre...” (178)  “Dame hambre...Dame sed..,para que me acerque a este pan que exige hambrientos” (179)  “Ten sed de Eucaristía.., ten sed de mirarle a los ojos, ten sed de quemarte a sus pies, ten sed de buscarle siempre...,siempre...Ten sed de no perderle de vista”  (180) “Tenemos un sagrario para nosotros. ¡Qué hubiera hecho Moisés si hubiera tenido un sagrario¡ ¡Qué hubiera hecho Elías¡ ¡Qué templo hubiera hecho Salomón!  (181)  ¿Qué sería la vida sin Eucaristía, sin ese centro vital que está poniendo un temblor de eternidad a las cosas?...Todo sería trágico en la vida sin Eucaristía”  (145)  “El misterio de la Eucaristía es el más rico, el más consolador, el que más llena el alma de gozo. Sin embargo, los hombres dijeron: “Dura doctrina es ésta” (Jn 6,60), y se alejaron...¡Pensar que el banquete de Dios puede parecer duro a los hombres!”  (144)  “Padre, yo – (dice Jesús)-  que te basto a ti para tu felicidad infinita, no les basto a ellos para su pobre felicidad limitada. Padre, amplía ese arcano de felicidad... No les basto, Padre, purifícalos por el amor, ¡purifícalos! No les basta ese amor que hace la felicidad de todos los bienaventurados, este amor que llena el cielo y la eternidad, este amor que les doy en este trocito de materia. Después que les doy todo para que “trafiquen” con ello, para que puedan tenerlo a su mano, para que puedan comer..., luego quedan tan interesados en cualquier cosita, y les interesa más y se gastan más en ello.”  (34)  “Mírale a los ojos y mira a ver a qué sabe Dios en la Eucaristía y apóyate en El sin miedo, porque el que se apoya en el pecho de Dios es teólogo...” (28)  “Cuando se mira a Dios cara a cara un día y otro día, una hora y otra hora sin cansarse, sin dejar de mirarle, sin perderle de vista, los ojos quedan llenos de El. La luz se mete por la vida y todo el ser se convierte en una transparencia de Dios. Gástate muchas horas..., gástate la vida entera en mirarle, gástate los ojos hasta romperlos, y cuando el mundo te vea, sabrá quién es el Dios de los cristianos, el Dios de la Vida, el Dios del Amor  (29)   “No hay mejor síntesis y memorial vivo de todos los aspectos de la amistad que la Eucaristía... Es el sacramento de la amistad. Vamos a comulgar la Amistad de Dios en el Jesús-Amigo, presente y próximo siempre entre los amigos. La Eucaristía es contagiosa de sed de amistad” (48)  “Dios dice en la Eucaristía: Quiero almas que me busquen enteramente a mí. En esas almas yo me vuelco sobre la humanidad toda”  (67)  “El trae su Eucaristía, viene cargado de Eucaristía, trae sus manos llenas de Eucaristía que reparte a todos. ¡Tanto amor, tanto misterio de amor infinito! ¡El mismo amor que se encierra en la eternidad, la misma Vida de Dios¡ Nos dice: “Como yo vivo por mi Padre, así vosotros viviréis por mí” (Jn 6, 57)...Ahí está el Misterio de la Eucaristía esperando a que vaya alguien a recoger toda esa carga de amor”  (32-33)  (Sedienta de Eucaristía, edit Edibesa, 1999. Madrid)
88 Ésa fue la vivencia de Bernardo de Hoyos ante la Eucaristía: abrasarse de amor. Al día siguiente de la festividad del Corpus, en 1733, escribirá: “Este día pasado de la fiesta del Corpus se renovó en mi pecho con nuevas creces el amor al divino Amor Sacramentado... En las comuniones es donde tengo mi bienaventuranza en la tierra, que creo no se distingue de la del cielo sino en la visión y claridad”...  en carta a su director espiritual, el P. Loyola, le dice: “Jesús sacramentado es mi gloria y mi gozo, mi consuelo y mi vida. Lo que ha que conozco a su Corazón divino, siento grandemente aumentada la devoción con este misterio de amor de nuestro Dios sacramentado...Las delicias que allí siento son infinitas: no quisiera apartarme de allí de día ni de noche...; quisiera tenerle siempre en mi pecho”  (Vida del P. Hoyos, por Juan de Loyola)
89 Dice Santa Margarita que Jesús habría instituido el Sacramento de la Eucaristía por el solo placer de alojarse en un alma (Vida y Obras de Santa Margarita María, por Mons. Gauthey, t. II. Madrid 1921, pg 94).Y cuando le hace la primera revelación principal, el 27 de diciembre de 1673, le descubre “las maravillas de su amor y los secretos de su Corazón que siempre le había tenido ocultos hasta entonces cuando se le abrió por primera vez”. “Mi divino Corazón –le dice- está tan apasionado de amor a los hombres, en particular hacia ti que, no pudiendo contener en él las llamas de su ardiente caridad, es menester que las derrame valiéndose de ti, y se manifieste a ellos para enriquecerlos con los preciosos dones que te estoy descubriendo...”  ((Vida y Obras de Santa Margarita María de Alacoque, por el P. José Mª Sáenz de Tejada, edit Mensajero, 1943. Bilbao. Pg 34)
90 El P. Bernardo de Hoyos extremaba su deferencia en el trato con Jesucristo, probablemente como reacción a esta indiferencia que observaba en las iglesias, llegando a escribir en sus Apuntes:“Cuando le visito solo y sin que se pueda notar, le hago tres profundas reverencias, juntando mi rostro con el polvo antes de hablarle... La menor irreverencia que vea,.o hablando en la iglesia, o mirando, etc...me traspasa el corazón”  (Vida)
91 Esa pobreza y ese desamparo de Cristo en la Eucaristía es lo que, dos siglos más tarde, desencadenaría en el Beato Don Manuel González un movimiento eucarístico sin precedentes. Don Manuel González, obispo primero de Málaga y luego de Palencia, recibió una gracia extraordinaria con motivo de una misión que fue a dar a Palomares del Río, cerca de Sevilla. Veamos cómo lo cuenta él mismo: “Fuime derecho al Sagrario de la restaurada iglesia...y ¡qué Sagrario! ¡Qué esfuerzos tuvieron que hacer allí mi fe y mi valor para no...salir corriendo para mi casa! Pero no huí. Allí me quedé un rato largo... Allí de rodillas ante aquel montón de harapos y suciedades, mi fe veía a través de aquella puertecilla apolillada, a un Jesús tan callado, tan paciente, tan desairado, tan bueno, que me miraba.... Parecíame que después de recorrer con su vista aquel desierto de almas, posaba su mirada entre triste y suplicante, que me decía mucho y me pedía más...una mirada en la que se reflejaba todo lo triste del Evangelio: lo triste del “no había para ellos posada en Belén”, lo triste de aquellas palabras del Maestro: “ Y vosotros ¿no queréis también dejarme?” lo triste del mendigo Lázaro pidiendo las migajas sobrantes de la mesa de Epulón, lo triste de la traición de Judas, de la negación de Pedro, de la bofetada del soldado, de los salivazos del pretorio, del abandono de todos... ¿Verdad que la mirada de Jesucristo en esos Sagrarios es una mirada que se clava en el alma y que no se olvida nunca? De mí sé deciros que aquella tarde, en aquel rato de Sagrario, yo entreví para mi sacerdocio una ocupación en la que antes no había soñado: ser cura de un pueblo que no quisiera a Jesucristo, para quererlo yo por todo el pueblo, emplear mi sacerdocio en cuidar a Jesucristo en las necesidades, que su vida de Sagrario le ha creado, alimentarlo con mi amor, calentarlo con mi presencia, entretenerlo con mi conversación, defenderlo contra el abandono y la ingratitud, proporcionar desahogos a su corazón con mis santos sacrificios. Servirle de pies para llevarlo a donde lo deseen, de manos para dar limosna en su nombre aun a los que no lo quieren, de boca para hablar de El y consolar por El y gritar a favor de El cuando se empeñen en no oirlo...hasta que lo oigan y lo sigan...¡qué hermoso sacerdocio! Y ¿si se obstinan en no quererlo? Y ¿si no quieren ni mi amistad porque los lleva a El, ni mi dinero porque en su nombre lo doy y me cierran todas las puertas? ¡No importa! Siempre a Jesús y a mí nos quedará el consuelo de tener una por lo menos abierta: El la de mi corazón y yo la del suyo...”  (El Obispo del Sagrario abandonado, por J. Campos Giles, edit Granito de arena, 1950. pgs 45-46)
92 Sabemos que el P. Hoyos visitaba con mucha frecuencia al Santísimo, aunque fuese por breves momentos. De su estancia en el colegio de San Ambrosio, cursando la sagrada teología, escribe así: “le hago frecuentes visitas, que pasarán de treinta todos los días, y algunos de cincuenta”  (Vida)
93 Se refiere el P. Loyola, probablemente, a los tres dos mandamientos de la Iglesia que hacen alusión a la Eucaristía, en su sentido de Misa y comunión: “Los Mandamientos de la Santa Madre Iglesia son cinco: el primero, oir misa entera todos los domingos y fiestas de guardar. El tercero, comulgar por Pascua florida” (catecismo P. Astete).
94 Tristemente, junto a sacerdotes celosos, existían en más o menos número los llamados por el pueblo “curas de misa y olla”, de escasa formación y no excesivo fervor.
95 De qué distinta manera viven los santos el Sacrificio de la Misa..¡ La Madre Teresa de Jesús Ortega, la dominica del monasterio de Olmedo y hoy camino de los altares, escribe en sus Apuntes íntimos: “Cada misa viene a realizar un nuevo despojo, una nueva entrega...Algo muere y algo empieza a vivir, después del sacrificio de cada mañana. Nuestras monjas sueñan con la misa. Viven de la misa. Se nutren de su banquete eucarístico y templan sus aceros para la lucha diaria en esa fragua de amores inagotables, cada día descubiertos y cada día por descubrir”(Sedienta de Eucaristía, nº 131). Y en otro lugar:” Las misas de nuestro monasterio convierten en ofertorio todo su trabajo y su vida. Después de nuestras misas, todo se transforma en ara y en altar. Los latidos se han hecho una sola cosa con los latidos de Cristo, y nuestro granos de trigo se mezclan con la harina del sacrificio y se hacen pan de la misma hornada...Después de nuestras misas, ya somos pan de Cristo, en ofertorio permanente. Pan tuyo... Pan para todos. Por eso no quedan derechos personales” (nº 130),  “Cómo pesa la Hostia cuando se levanta, cómo pesa...¡, es que en ella levantamos al mundo. ¿No habéis probado nunca ese peso?, pues probadlo, que la misa es de todos, y el ofertorio es de todos también” (120)
96 Lo que aquí expresa el P. Loyola en prosa, lo han dicho en versos inmortales poetas como Lope de Vega con su famosísima poesía: ¿Qué tengo yo que mi amistad procuras? ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mis puertas, cubierto de rocío, pasas las noches del invierno oscuras? ¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras, pues no te abrí...¡” , y tantas otras que ponen delante la ingratitud del hombre frente al amor loco de Dios.
97 ¿Quién ha podido plasmar mejor esta frase de Loyola en una bella poesía, sino el místico San Juan de la Cruz? Todos recordamos aquello de: “Un pastorcico está penado y en su pastora puesto el pensamiento...”
97 La revelación del 16 de junio de 1675, conocida con el nombre de la Gran Revelación por la densidad de su contenido, de que ya hemos hablado en estas páginas.
98 Este pensamiento se expresa hermosamente en la Escritura: “En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar” (Jn 13, 21). “Si mi enemigo me traicionara...., pero eras tú, mi amigo y compañero, con quien me unía una dulce intimidad en la Casa de Dios¡” (Salmo 55, 14-15). La Iglesia, en su liturgia del Viernes Santo, pone en labios de Cristo las quejas de losImproperios: “Pueblo mío, ¿qué te he hecho? ¿en qué te he ofendido? ¡Respóndeme! – Yo te saqué de Egipto; tú preparaste una cruz para tu Salvador – Yo te planté como viña mía, escogida y preciosa, ¡qué amarga me has salido! – Yo te saqué de Egipto, tú me entregaste a los sumos sacerdotes – Yo abrí el mar delante de ti, tú con la lanza me abriste el costado – Yo te sustenté con el maná, tú me abofeteaste y me azotaste – Yo te dí a beber el agua de la roca, tú me diste a beber hiel y vinagre – Yo te dí un cetro real, tú me pusiste una corona de espinas – Yo te levanté con gran poder, tú me colgaste del patíbulo de la cruz... ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho? ¿en qué te he ofendido? ¡Respóndeme...¡”
99 En la edición de Barcelona (1735), en vez “pidiéndola” dice mandando.
100 En la edición de Barcelona, en vez de “te pido”, dice te ordeno.
101 En la edición de Barcelona: “te ordeno”.
102 La argumentación del P. Loyola es clara: la excelencia de un culto se demuestra por el fin que pretende. El fin de esta devoción al Corazón de Jesús no puede ser más excelente: consiste en corresponder a su amor y desagraviar las injurias que le hacen. Explicado en este tercer Párrafo el fin, hablará en el siguiente de la manera práctica de cumplir este fin y de los frutos que reporta.
103 El mejor acto de desagravio que posee la Iglesia es la santa Misa con sus cuatro fines principales: latréutico o de adoración, eucarístico o de acción de gracias, impetratorio o de petición, y satisfactorio o de perdón de los pecados y ofensas hechas a Dios. Además de esto, la Iglesia hace el llamado “Acto de desagravio al Sagrado Corazón”, instituido por el Papa Pío XI para rezarse en esa fiesta. Comienza con estas palabras: ”Oh dulcísimo Jesús, cuyo inmenso amor a los hombres no ha recibido en pago de los ingratos más que olvido, negligencia y menosprecio...(y concluye invocando a la Virgen):... por intercesión de la Santísima Virgen María Reparadora, os suplicamos que recibáis este voluntario acto de reparación...” Los deseos del P. Loyola se fueron haciendo, poco a poco, realidad a medida que la devoción al Corazón de Jesús se extendió por toda la Iglesia.
104 La frase entre paréntesis se omite en la edición de Barcelona.

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